Sudamérica en el siglo XXI y la encíclica Centesimus Annus

Juan J. Llach | PASS Academician

Sudamérica en el siglo XXI y la encíclica Centesimus Annus

Hablaré es español, lamento no poder hacerlo en aymara.

Siento marcada emoción y alegría al tener la oportunidad de reflexionar sobre las palabras y los pensamientos del Presidente del Estado Plurinacional de Bolivia, Evo Morales.

No puedo dejar de mencionar su estadía en nuestro país, en su niñez, de la que él nos cuenta que “muchas familias de Bolivia mejoramos nuestra economía por la zafra argentina. Mi primera escuela fue argentina, la escuela Julio Argentino Cornejo, y quienes estudiamos en esta escuela sabemos ser presidente”. Sé también por mi amigo el Gobernador de la provincia de Salta, en mi país, que hace pocos años el Presidente Morales y el Gobernador Urtubey visitaron esa escuela. Allí encontraron a su maestra y pasando por un aula oscura, se prendieron las luces y el Presidente encontró allí a muchos de sus compañeros del primer grado de casi cinco décadas atrás.

Los bolivianos en la Argentina

1. Sudamérica en el siglo XXI y el populismo

Somos parte de una región, Sudamérica, con el más pobre desempeño económico y social entre los países emergentes, en lo que va del siglo XXI. Afortunadamente ha habido diferencias importantes entre países. Perú es la estrella, pero también lucen Bolivia, Chile, Colombia y Uruguay.

Pese a sus diferencias ideológicas todos ellos evitaron el populismo económico. Permítanme definirlo, brevemente. El populismo económico consiste en maximizar el bienestar presente sin considerar el futuro, transfiriendo así a los próximos años y a las próximas generaciones, los costos que se generen. Es una cultura del consumo, contraria al ahorro, a la inversión y a las exportaciones. Compre hoy, pague mañana, pero el que paga casi siempre es otro.

América Latina en general tiene una fuerte tradición de gobiernos económicamente populistas. Y América del Sur los tiene en especial. Esto no es ajeno a su gran dotación de recursos naturales. Esta generosidad de la naturaleza, a la que además muchas veces devastamos, ha sido no pocas veces una maldición más que una bendición[1].

El proceso social por el que ella ocurre se inicia con una suba de los precios de las materias primas originado en el exterior. Luego, un muy rápido y generalizado aumento del gasto público y privado –no pocas veces acompañado de corrupción, por ejemplo en las concesiones mineras o petroleras. Por la naturaleza siempre cíclica de los precios de las materias primas, le sigue el ciclo de baja de precios cuya naturaleza es siempre cíclica y, finalmente, políticas de ajuste, muchas veces injustas, pero siempre inevitables.

El caso más notorio en el siglo XXI es el de Venezuela –un país que compite con Arabia Saudita por el liderazgo mundial en reservas petroleras. Venezuela organizó su vida económica social y política apostando a que el petróleo valiera cien o más dólares para siempre. Se despreocupó de generar producciones alternativas, desalentó toda iniciativa privada, estatizó buena parte de la economía y aumentó el gasto público a niveles insostenibles con menores precios del petróleo. Hoy Venezuela nos muestra, con doliente y patética claridad, lo que ocurre cuándo el populismo económico se lleva a su extremo: altísima inflación, con riesgo de transformarse en hiperinflación, desabastecimiento y, lo peor de todo, la división de la sociedad en dos sectores hoy irreconciliables.

La Argentina siguió un camino análogo. No llegó a tales extremos por el accionar de actores y estructuras políticas, sociales y económicas más fuertes y diversas que en Venezuela. El precio fue igual muy alto: aislamiento internacional, cepo cambiario, alta inflación, sobrevaluación de la moneda, subsidios de servicios públicos a pobres y a ricos por igual, records de presión tributaria y de gasto público, un Banco Central casi sin reservas y recesión. El futuro se hipotecó sin piedad.

La experiencia histórica muestra con elocuencia que el populismo daña profundamente a las sociedades y sobre todo, tarde o temprano, a los más pobres.

Los países sudamericanos que lo evitaron no sólo crecieron aceptablemente, sino que redujeron sustancialmente la pobreza y la desigualdad. Bolivia se destacó en esto y está entre los dos o tres primeros lugares en cuanto a la reducción del porcentaje de personas pobres y también de la desigualdad –por ejemplo, la medida por el coeficiente de Gini.

¿Qué es lo que diferencia tanto, incluso a países muy similares? ¿Qué es lo que lleva a algunos a convertir a los recursos naturales en maldición y a otros en bendición? ¿Por qué algunos erran tanto, como Venezuela y la Argentina, y otros aciertan, como Bolivia, Chile, Colombia, Perú y Uruguay en el siglo XXI sudamericano?

Las respuestas parecerían obvias, pero no deben serlo tanto dado que tantos países erran el camino que otros encuentran sin grandes problemas. La palabra clave es “instituciones” ¿Qué instituciones? Pues las que nos proponía Centesimus Annus hace veinticinco años.

2. Centesimus Annus

2.1. El modelo alternativo al capitalismo salvaje

35. En este sentido se puede hablar justamente de lucha contra un sistema económico, entendido como método que asegura el predominio absoluto del capital, la posesión de los medios de producción y la tierra, respecto a la libre subjetividad del trabajo del hombre. En la lucha contra este sistema no se pone, como modelo alternativo, el sistema socialista, que de hecho es un capitalismo de Estado, sino una sociedad basada en el trabajo libre, en la empresa y en la participación. Esta sociedad tampoco se opone al mercado, sino que exige que este sea controlado oportunamente por las fuerzas sociales y por el Estado, de manera que se garantice la satisfacción de las exigencias fundamentales de toda la sociedad.

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Queda mostrado cuan inaceptable es la afirmación de que la derrota del socialismo deje al capitalismo como único modelo de organización económica. Hay que rompe las barreras y los monopolios que dejan a tantos Pueblos al margen del desarrollo, y asegurar a todos - individuos y Naciones - las condiciones básicas, que permitan participar en dicho desarrollo.

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Este objetivo exige esfuerzos programados y responsables por parte de toda la comunidad internacional. Es necesario que las naciones más fuertes sepan ofrecer a las más débiles oportunidades de inserción en la vida internacional; que las más débiles sepan aceptar estas oportunidades, haciendo los esfuerzos y los sacrificios necesarios para ello, asegurando la estabilidad del marco político y económico, la certeza de perspectivas para el futuro, el desarrollo de las capacidades de los propios trabajadores, la formación de empresarios eficientes y conscientes de sus responsabilidades.

El problema del consumismo

36. No es malo el deseo de vivir mejor, pero es equivocado el estilo de vida que se presume como mejor, cuando está orientado a tener y no a ser y que quiere tener mas no para ser más, sino para consumir la existencia en un goce que se propone como fin en sí mismo.

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La cuestión ecológica

37. Es asimismo preocupante, junto con el problema del consumismo y estrictamente vinculado con la cuestión ecológica. El hombre, impulsado por el deseo de tener y gozar, más que de ser y de crecer, consume de manera excesiva y desordenada los recursos de la tierra y su misma vida.

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38. Por una auténtica ecología humana.

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39. La primera estructura fundamental a favor de la “ecología humana" es la familia, en cuyo seno el hombre recibe las primeras nociones sobre la verdad y el bien...Hay que volver a considerar a la familia humana como el santuario de la vida.

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42. La solución marxista ha fracasado, pero permanecen en el mundo fenómenos de marginación y explotación, especialmente en el Tercer Mundo, así como fenómenos de alienación humana, especialmente en los países más avanzados…Contra tales fenómenos se alza con firmeza la voz de la Iglesia. Ingentes muchedumbres viven aún en condiciones de gran miseria material y moral.

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La cuestión de la propiedad

A la luz de las "cosas nuevas" de hoy ha sido considerada nuevamente la relación entre la propiedad individual o privada y el destino universal de los bienes.

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La propiedad de los medios de produccion, tanto en el campo industrial como agrícola, es justa y legítima cuando se emplea para un trabajo útil; pero resulta ilegítima cuando no es valorada o sirve para impedir el trabajo de los demás u obtener unas ganancias que no son fruto de la expansión global del trabajo y de la riqueza social, sino más bien de su compresión, de la explotación ilícita, de la especulación y de la ruptura de la solidaridad en el mundo laboral. Este tipo de propiedad no tiene ninguna justificación y constituye un abuso ante Dios y los hombres.

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Así como la persona se realiza plenamente en la libre donación de sí misma, así también la propiedad se justifica moralmente cuando crea, en los debidos modos y circunstancias, oportunidades de trabajo y crecimiento humano para todos .

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La democracia

46. La Iglesia aprecia el sistema de la democracia, en la medida en

Que asegura la participación de los ciudadanos en las opciones políticas y garantiza a los gobernados la posibilidad de elegir y controlar a sus propios gobernantes, o bien la de sustituirlos oportunamente de manera pacífica. Por esto mismo, no puede favorecer la formación de grupos dirigentes restringidos que, por intereses particulares o por motivos ideológicos, usurpan el poder del Estado. Una auténtica democracia es posible solamente en un Estado de derecho y sobre la base de una recta concepción de la persona humana.

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La cuestión de la verdad

A este propósito, hay que observar que, si no existe una verdad última, la cual guía y orienta la acción política, entonces las ideas y las convicciones humanas pueden ser instrumentalizadas fácilmente para fines de poder. Una democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto, como demuestra la historia.

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La libertad

La Iglesia, por tanto, al ratificar constantemente la trascendente dignidad de la persona, utiliza como método propio el respeto de la libertad.

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El papel del Estado, el mercado y la sociedad

48. Estas consideraciones generales se reflejan también sobre el papel del Estado en el sector de la economía. La actividad económica, en particular la economía de mercado, no puede desenvolverse en medio de un vacío institucional, jurídico y político. Por el contrario, supone una seguridad que garantiza la libertad individual y la propiedad, además de un sistema monetario estable y servicios públicos eficientes. La primera incumbencia del Estado es, pues, la de garantizar esa seguridad, de manera que quien trabaja y produce pueda gozar de los frutos de su trabajo y, por tanto, se sienta estimulado a realizarlo eficiente y honestamente. La falta de seguridad, junto con la corrupción de los poderes públicos y la proliferación de fuentes impropias de enriquecimiento y de beneficios fáciles, basados en actividades ilegales o puramente especulativas, es uno de los obstáculos principales para el desarrollo y para el orden económico.

Otra incumbencia del Estado es la de vigilar y encauzar el ejercicio de los derechos humanos en el sector económico; pero en este campo la primera responsabilidad no es del Estado, sino de cada persona y de los diversos grupos y asociaciones en que se articula la sociedad. El Estado no podría asegurar directamente el derecho a un puesto de trabajo de todos los ciudadanos, sin estructurar rígidamente toda la vida económica y sofocar la libre iniciativa de los individuos. Lo cual, sin embargo, no significa que el Estado no tenga ninguna competencia en este ámbito, como han afirmado quienes propugnan la ausencia de reglas en la esfera económica. Es más, el Estado tiene el deber de secundar la actividad de las empresas, creando condiciones que aseguren oportunidades de trabajo, estimulándola donde sea insuficiente o sosteniéndola en momentos de crisis.

El Estado tiene, además, el derecho a intervenir, cuando situaciones particulares de monopolio creen rémoras u obstáculos al desarrollo. Pero, aparte de estas incumbencias de armonización y dirección del desarrollo, el Estado puede ejercer funciones de suplencia en situaciones excepcionales, cuando sectores sociales o sistemas de empresas, demasiado débiles o en vías de formación, sean inadecuados para su cometido. Tales intervenciones de suplencia, justificadas por razones urgentes que atañen al bien común, en la medida de lo posible deben ser limitadas temporalmente, para no privar establemente de sus competencias a dichos sectores sociales y sistemas de empresas y para no ampliar excesivamente el ámbito de intervención estatal de manera perjudicial para la libertad tanto económica como civil.

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La subsidiariedad

En este ámbito también debe ser respetado el principio de subsidiariedad. Una estructura social de orden superior no debe interferir en la vida interna de un grupo social de orden inferior, privándola de sus competencias, sino que más bien debe sostenerla en caso de necesidad y ayudarla a coordinar su acción con la de los demás componentes sociales, con miras al bien común…Al intervenir directamente y quitar responsabilidad a la sociedad, el Estado asistencial provoca la pérdida de energías humanas y el aumento exagerado de los aparatos públicos, dominados por lógicas burocráticas más que por la preocupación de servir a los usuarios, con enorme crecimiento de los gastos.

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En medio de esa múltiple interacción de las relaciones vive la persona y crece la «subjetividad de la sociedad». El individuo hoy día queda sofocado con frecuencia entre los dos polos del Estado y del mercado. En efecto, da la impresión a veces de que existe sólo como productor y consumidor de mercancías, o bien como objeto de la administración del Estado, mientras se olvida que la convivencia entre los hombres no tiene como fin ni el mercado ni el Estado, ya que posee en sí misma un valor singular a cuyo servicio deben estar el Estado y el mercado. El hombre es, ante todo, un ser que busca la verdad y se esfuerza por vivirla y profundizarla en un diálogo continuo que implica a las generaciones pasadas y futuras.

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El desarrollo como nombre de la paz

52. Por eso, el otro nombre de la paz es el desarrollo. Igual que existe la responsabilidad colectiva de evitar la guerra, existe también la responsabilidad colectiva de promover el desarrollo. Y así como a nivel interno es posible y obligado construir una economía social que oriente el funcionamiento del mercado hacia el bien común, del mismo modo son necesarias también intervenciones adecuadas a nivel internacional.

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La globalización

58. Pero cada día se siente más la necesidad de que a esta creciente internacionalización de la economía correspondan adecuados órganos internacionales de control y de guía válidos, que orienten la economía misma hacia el bien común, cosa que un Estado solo, aunque fuese el más poderoso de la tierra, no es capaz de lograr.

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59. Así pues, para que se ejercite la justicia y tengan éxito los esfuerzos de los hombres para establecerla, es necesario el don de la gracia, que viene de Dios. Por medio de ella, en colaboración con la libertad de los hombres, se alcanza la misteriosa presencia de Dios en la historia que es la Providencia.

3. La Centesimus Annus y Sudamérica en el siglo XXI

No creo necesario pedir disculpas por haberme apartado de una de las consignas de este encuentro, la de no referirse tanto a la conmemoración y al pasado, sino a la renovación y al futuro. Me parece que ningún texto posterior supera en claridad al de CA en cuanto al tipo de organización política, social y económica, a las instituciones necesarias hoy. Tanto en América Latina, y Sudamérica en particular, para dejar atrás los nefastos efectos del populismo, especialmente el económico, como el mundo todo para encontrar un desarrollo sostenible, equitativo, capaz de crear suficientes empleos de calidad y de erradicar la pobreza dando así a luz una sociedad como la que desde hace al menos 125 años viene proponiendo y reclamando la Doctrina Social de la Iglesia.

4. El rol de las instituciones académicas

La cuestión de las políticas para enfrentar los problemas

43. La Iglesia no tiene modelos para proponer. Los modelos reales y verdaderamente eficaces pueden nacer solamente de las diversas situaciones históricas, gracias al esfuerzo de todos los responsables que afronten los problemas concretos en todos sus aspectos sociales, económicos, políticos y culturales que se relacionan entre sí.

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59. La doctrina social, por otra parte, tiene una importante dimensión interdisciplinar. Para encarnar cada vez mejor, en contextos sociales económicos y políticos distintos, y continuamente cambiantes, la única verdad sobre el hombre, esta doctrina entra en diálogo con las diversas disciplinas que se ocupan del hombre, incorpora sus aportaciones y les ayuda a abrirse a horizontes más amplios al servicio de cada persona, conocida y amada en la plenitud de su vocación.

[1] Hay una frondosa literatura sobre esta “maldición” de los recursos naturales (natural resources curse).