Remarks

Octavio Tejeiro Duque | Colombia

Remarks

Primeramente, agradezco la posibilidad que ahora se me brinda para expresar opinión acerca del tema central del interesante debate propuesto y adelantado en estos días.

Voy a referirme a la que estimo debe ser la pregunta central del ejercicio dialéctico que ahora desarrollamos. Es cierto que tal discusión tiene perspectivas y miradas distintas y válidas, todas encaminadas a mejorar, en lo posible desde este escenario, la situación social y ecológica de diferentes regiones del planeta, acosadas por un conjunto de circunstancias generatrices de desigualdad interna en sus sociedades y de desigualdad externa frente a otras regiones y países del planeta. Empero, considero que la más pertinente y necesaria, dadas las condiciones de diálogo aquí advertidas, en cuanto se trata de una reunión de jueces de las más altas calidades y representaciones, y una vez conocido el diagnóstico general de la situación que muestran América y África entre otros, después de siglos de dominación, colonización, esclavitud e influencia ideológica, económica, ecológica, genética, social, cultural, religiosa, etc., que han dejado una huella tan profunda como negativa en todos los ámbitos, a pesar de algunos aspectos positivos que no pueden negarse pero que tampoco constituyen el mayor porcentaje de la herencia colonizadora, es, en mi criterio, la que inquiera sobre la función que han de cumplir, ante ese panorama triste y con la mira puesta en la búsqueda de una justicia cierta, real e igualitaria, las instituciones judiciales de cada país y las que prestan su servicio a regiones enteras así como las de nivel mundial o casi mundial.

Qué papel han de cumplir tales organizaciones ante la enorme desigualdad advertida en todo el globo, ante el desastre ecológico que invade al planeta pero que afecta con mayor estruendo a los más débiles, ante el hambre dolorosa que contrasta con la opulencia de algunos, ante la mirada altiva de estos frente a la mirada vacía y mísera de las mayorías?

Creo que las reflexiones de ahora deben por lo menos intentar responder esa inquietud.

Y, para lograrlo hay que reconocer que por primera vez en la historia de la humanidad las y los jueces tienen un papel protagónico en ese devenir, es la primera vez que en todo el decurso de la historia esperan tanto las sociedades de las organizaciones judiciales. En otras épocas los papeles protagónicos los tuvieron los líderes individuales, los poderes ejecutivos, que convirtieron la guerra normalmente en su forma de triunfo o inclusive de derrota, posteriormente los tuvieron los parlamentos en los que las sociedades afincaron sus esperanzas, fundamentalmente después de la revolución francesa, pero en el Siglo XXI las sociedades del mundo están poniendo su esperanza en los poderes judiciales. La acción equilibradora e igualitaria que se esperaba de esos líderes individuales o de los parlamentos no fue, en la visión de esas sociedades, suficiente ni satisfactoria. No es del caso debatir si en esa percepción hay razón; simplemente las sociedades no estimaron cumplida su función y ahora ponen sus esperanzas en los estamentos judiciales del mundo. Aspiran a que estos sean capaces de lograr lo que los ejecutivos y los parlamentos de antes no pudieron. Suponen que el siglo XXI, el de las y los jueces, ha de satisfacer el anhelo igualitario y de justicia requerido y necesario desde hace tantos siglos, sobre todo una vez que la tecnología y las comunicaciones han convertido el planeta en nuestra casa común, la de todos, la de los débiles y la de los fuertes, la madre que a todos ha de arropar.

Creo que es este un siglo de esperanza y al tiempo de responsabilidad inmensa para quienes administran justicia. Es un honor, una dignidad y un orgullo pertenecer hoy a los sistemas judiciales, pero es al mismo tiempo la más grande responsabilidad de nuestras vidas y la mejor oportunidad de dejar un rastro óptimo para las generaciones que han de venir.

El otro problema es ¿seremos capaces, seremos competentes para responder ante esa atribución, ¿y qué vamos a hacer y cómo lo vamos a hacer? Puesto que hay varias opciones de respuesta y seguramente muchas actividades posibles dependiendo de la perspectiva en que cada uno se ubique, no voy a referirme sino a dos o tres, pero seguramente otras muchísimas habrá.

Una de esas consiste en entender que nosotros no creamos, sino que interpretamos, integramos y aplicamos las normas jurídicas y que, por tanto, tenemos un restringido, pero a la vez amplio, espacio de acción para darles el sentido más justo en cada caso concreto. Esa es una atribución y una función que debemos cumplir.

Ahora bien, regularmente el interrogante se hace complejo ante la otra inquietud ¿qué es lo justo?

Como aproximación a la complejidad de la respuesta recuerdo la fábula de la flauta, de Amartya Sen,[1] según la cual ante tres niños que disputasen una flauta, y uno argumentara tener el derecho a ella fincado en que la habría construido, el otro afirmara su opción por ser el que sabe tocarla y el tercero adujera ser el único pobre y sin juguetes para recrearse, la solución justa no parecería aflorar de manera fácil, pues dependería de los criterios de quien juzgase, dado que seguramente el igualitarista reconocería justicia en el respaldo al pobre, mientras el libertario daría razón al constructor al paso que al sabedor lo apoyaría el utilitarista. Se refleja así cómo la tarea de hallar lo justo no constituye una empresa de fácil realización.

Empero, es lo cierto que a pesar de las dificultades se hace indispensable actuar prestando un ejemplar servicio a las comunidades. Y una forma de mejor hacer es no trabajar de manera aislada, ni las y los jueces ni la sociedad, sino construir en colectivo, actuar en bloque, en equipo, hacer compromisos comunitarios, trazar nortes debatidos y frutos del encuentro.

¿Y qué puede unir a todas y todos en esa indagación del objetivo? Pensaría que nos puede unir una debida concepción ética judicial, indicativa de cómo proceder dentro de ciertos parámetros para contribuir al desarrollo de la humanidad, pasando, naturalmente, por el despliegue de una sensibilidad particular, una sensibilidad tal que desaloje los rezagos del colonialismo, en todas sus infames expresiones; que abandone las odiosas discriminaciones y quiera consolidar ideas igualitarias, razonables y racionales, como es menester en el siglo que empieza marcado, cual se muestra, por vientos de necesarias igualaciones. Baste por ahora reseñar cómo la historia ha estado circuida por desequilibrios injustos pero legitimados por los detentadores del poder: así, la discriminación por razón sexual en todas sus variopintas gamas, la originada en la religión, la nacida en lo racial y étnico, la que ha emergido por origen territorial, la que subyace en la cultura, la de aquellos a quienes se ha considerado menos racionales como los supuestos incapaces, la de los animales por irracionales, la de la naturaleza con igual fundamento, en fin; pero debe destacarse, como atrás se insinuó, que el siglo nuevo se adentra en la historia con una fuerza avasalladora en contra de esas discriminaciones y exclusiones. Surge entonces una aparente nueva visión ética de la sociedad y de lo justo.

Quizá ella no sea la única herramienta destinada al logro de los cometidos de justicia, pero sí se erige en un poderoso instrumento, en una guía excepcional, tanto más si no se olvida que precisamente desde finales de la centuria anterior se han puesto los ojos en la significación ética de la judicatura y se han puesto en vigencia codificaciones no legales, no obligatorias desde lo normativo, pero sí vinculantes desde lo debido, lo correcto, lo deseable, lo bueno, lo aceptable. Es expresión de un sentimiento más o menos generalizado no solo en la judicatura sino en el pensamiento ius filosófico y en el querer de las sociedades.

Y, quizá una forma, no única, sería acudir a los primeros esbozos representados por códigos éticos judiciales como el de Bangalore, que de alguna manera significó la unidad del mundo judicial alrededor de cinco o seis principios fundamentales de la actividad judicial en todo el orbe. Pero ese no es un esfuerzo aislado; además, han nacido códigos de ética en distintas regiones del mundo que reconocen algunos postulados universales al tiempo que dan vida a otros de carácter más particular, de acuerdo con la cultura y otros aspectos individualizadores de cada continente y país. Así, se conoce uno estrictamente iberoamericano, uno europeo, otro español, algunos en Estados Unidos, también ha florecido uno para África, en fin, de modo que acudir a estos instrumentos puede constituir un paso importante en busca de unidad de criterios de justicia en la era que empieza, como puede serlo también encontrarse en las asociaciones y ligas éticas que hay detrás de los avances normativos. Solo por poner un ejemplo, existe una Comisión Judicial de Ética Iberoamericana, pero también existe la Comisión Africana y también existe la Comisión Europea, en fin, hay una serie de estamentos que pueden servir de apoyo en esa actividad.

De otro lado, dado que en los nuevos tiempos las individualidades no tienen la fuerza de antes y que ahora se imponen las expresiones de lo colectivo, creo necesario avanzar en el conocimiento y aplicación de utensilios internacionales destinados a ofrecer luz sobre temas tradicionalmente penumbrosos, uno de los cuales es la Observación General Número 37 de 2020, expedida por el Comité de Derechos Humanos de la Organización de las Naciones Unidas el 17 de septiembre de 2020.

A partir de la denominada primavera árabe se extendieron las manifestaciones públicas en el mundo, que derivaron, como un fuego empujado por el viento, en múltiples escenarios de conflictividad, pues las reacciones de los estados y de los gobiernos autoritarios, normalmente, para impedirlas o, cuando menos, para controlarlas fueron desbordadas y cruentas, a tal grado que afloró la necesidad de sentar pautas de comportamiento de manifestantes y de fuerzas públicas a fin de encauzar las protestas por senderos más pacíficos aunque igualmente eficaces. Así nació la mencionada pieza regulativa supranacional. De ella brota el derecho de los pueblos a la protesta pacífica y el deber de las autoridades de protegerla.

Además de todo lo expuesto, parece indispensable volver sobre temas como el de la independencia judicial, para enfatizarlo en bien de la humanidad misma, dado que, como se sabe en pequeños círculos pero no en el universo ciudadano, ella no es un privilegio de las y los jueces sino una garantía de la sociedad en cuanto que entre más independiente es quien ejerce esa función, más garantizados tienen los derechos los ciudadanos, de modo que es imperativo propugnar por apoyar e ilustrar sobre ella, la misma que frecuentemente se lesiona en muchos estados del mundo para amenazar y lacerar la democracia, los valores y los derechos de las personas.

Por último, dejando de lado la cuestión judicial, creo que también es del caso estimular con profusión la creación epistemológica de la periferia. Durante quinientos años la centralidad ha estado en Europa y, aunque en otras regiones y países se han hecho producciones intelectuales dignas del mayor resalto, occidente ha brindado atención casi exclusivamente a las originadas en ese continente, de suerte que pareciera como si los aportes de valía no pudieran emerger sino de allí, cuando es lo cierto que otras latitudes han aportado a la humanidad con frecuencia y profundidad desconocidas; quizás el fenómeno tiene origen en ese mito heredado del colonialismo según el cual solo cierta raza, cierta cultura, cierto enfoque religioso, ciertos “hombres” tienen el conocimiento y la creatividad suficiente para la invención útil.

Valga ahora traer a cuento solo dos ejemplos de los muchos interesantes, a mi entender: el primero, con independencia de las discusiones que pueda suscitar, alude a la obra del mexicano José Vasconcelos que al escribir La Raza Cósmica imaginó un futuro del mundo mirado desde Latinoamérica. El segundo aparece con el uruguayo Vaz Ferreira quien hace cerca de cien años ya pudo advertir fenómenos educacionales y aportar acerca de la enseñanza y didáctica crítica, entre otras de sus manifestaciones. Estos autores han pasado casi como si no hubieran existido, a pesar del inmenso valor de su pensamiento y de su producto epistemológico para la humanidad. Y ellos son solo dos de los cientos de personajes no europeos creadores de conocimiento en el mundo, que han vivido y muerto casi inadvertidos porque el lastre colonialista nos ha impedido verlos y reconocer en ellos la magnificencia de su obra.

Así, creo que es oportuno visibilizar la creación intelectual de la periferia, publicitarla, mostrarla y reconocer en ella la inmensa valía que verdaderamente tiene. Con ello, además, se gana para la autoestima de estas regiones y luego para su mejor desarrollo y desenvolvimiento.

 

  1. Sen, Amartya. La idea de la justicia, Taurus Editorial, Bogotá, 2010. Pgs. 44 a 47.