La misericordia como vía para la inclusión social a la luz de la Laudato Si'

Oscar Andrés Cardenal Rodríguez Maradiaga, S.D.B. | Arzobispo de Tegucigalpa, Honduras

La misericordia como vía para la inclusión social a la luz de la Laudato Si'

1.    La Misericordia es siempre una vía que recorrer

Nos ha dicho el Papa Francisco que “siempre tenemos necesidad de contemplar el misterio de la misericordia... Misericordia: es la palabra que revela el misterio de la Santísima Trinidad. Misericordia: es el acto último y supremo con el cual Dios viene a nuestro encuentro. Misericordia: es la ley fundamental que habita en el corazón de cada persona cuando mira con ojos sinceros al hermano que encuentra en el camino de la vida. Misericordia: es la vía que une Dios y el hombre, porque abre el corazón a la esperanza de ser amados no obstante el límite de nuestros pecados” (Misericordia vultus, 2). A partir de esta cita, es fácil identificar cuál es la noción de misericordia según el concepto del Magisterio papal de Francisco. En ella ofrece 4 dimensiones que se marcan en el horizonte en forma de cruz, como señalando los cuatro puntos cardinales, señalando al cielo, partiendo del corazón y mirando al prójimo, a los hermanos.

Por lo tanto, la misericordia es una realidad divina con derivaciones humanas; por eso la invitación a seguir como lema del Jubileo: “misericordiosos como el Padre”, imitando a Cristo que es el rostro de la misericordia divina. Ya que la fuente de la misericordia es el misterio de la Santísima Trinidad, que se acerca a nosotros en Jesucristo, de ahí nace la necesidad imperiosa de profesar y proclamar la misericordia y reclamarla como centro de la actividad de la Iglesia.

El Papa Francisco nos dice que la Misericordia es el lazo de unión entre Dios y el hombre “porque en la misericordia tenemos la prueba de cómo Dios ama. Él da todo de sí mismo, por siempre, gratuitamente y sin pedir nada a cambio...” (Misericordiae Vultus, 14), y abre a la esperanza de ser amados no obstante el límite de nuestro pecado. La misericordia de Dios ensancha el corazón humano para que todo prójimo, todo hermano, también el mundo creado, tengan acogida en él.

La Virgen María dice en el cántico del Magnificat: “Su misericordia llega a sus fieles de generación en generación” (Lc 1,50), y se hace portavoz de todos los creyentes, que, en su Hijo Jesucristo, encuentran la Misericordia de Dios. Para el papa Francisco, el concepto de Misericordia es entrañablemente bíblico, sapiencial y teologal, y sigue las mismas intuiciones de San Isidoro de Sevilla, de San Beda el Venerable, de San Buenaventura, de San Juan Pablo II y el Papa emérito, Benedicto XVI. Pero tenemos en sus gestos y en sus acciones conocidas por todos y difundidas por los Medios de Comunicación, una sorprendente manera de hacer ver al mundo que la Misericordia no es solo compasión, va más allá de la benevolencia y la filantropía, porque es esencialmente, divinamente, Amor.

El mundo se conmueve cuando ve estos gestos del Papa cumpliendo creativamente con las obras que inspira la Misericordia, porque pareciera que la Misericordia se hubiese detenido en el pasado, en los tiempos más gloriosos del cristianismo, y no abarcase también a nuestras generaciones, a este tiempo de ciertas oscuridad en los que nos asalta la duda y el temor de que el Señor se haya alejado de nosotros. Sin embargo, el Papa, inspirado en el mismo cántico de María, quiere hacernos ver que la Misericordia del Señor se prolonga “de generación en generación”. Y debemos reconocer que, si miramos a nuestro alrededor con los ojos sencillos y limpios de la fe, podemos percibir la misericordia de Dios a través de signos sensibles. Y es a estos signos sensibles a los que el mundo mira e interpreta como gestos proféticos inspirados en el Amor. Ya sabemos que Profeta es aquel que percibe su existencia forjada por la fuerza de la Palabra de Dios. Este es el caso del Papa Francisco.

Ahora entendemos por qué la reiterada preocupación del Santo Padre porque el mundo perciba de la Iglesia su naturaleza misericordiosa. Y porque el lenguaje, a veces, hace prisionero al pensamiento doctrinal y las mismas expresiones lingüísticas no dejan transparentar toda la riqueza del mensaje, por eso el Papa “hace” como dice, porque sabe que el mundo tiene que ver para comprender, pues el testimonio es lo que se ve y el discurso es lo que se dice. Así entonces, las duchas y servicios sanitarios para los mendigos, el comedor, la hospedería, la acogida de Migrantes, su gusto por visitar las cárceles, y tantas formas más de mostrar al mundo que el amor se proyecta en actos concretos, es lo que más avala y fortalece el ascendiente de la figura del Papa ante el mundo. Y aunque nos parezca paradójico, hay todavía algunos muy reverendos Prelados de la Iglesia, que dicen que el Papa debe ser estudiado psicológicamente porque esas acciones denotan que no está bien clínicamente. A mí me parece que, siguiendo con la misma paradoja, son esos gestos de ruptura con formas y maneras hieráticas de corte monárquico lo que más acerca al Papa a la figura de Pedro que a la imagen de un Rey. Y hay notables Obispos y Cardenales que todavía no lo han entendido.

La historia de la revelación de Dios a los hombres, del trato de Dios con su pueblo, de la cercanía de Dios a cada uno de nosotros es una historia de Misericordia. Y así como “eterna es su misericordia” es el estribillo que acompaña cada verso del Salmo 136, mientras se narra la historia de la relación de Dios con los hombres (Cf. MV, 7), todos estamos llamados a prolongar la Historia de la salvación, incorporando, por la misericordia de Dios, nuestra propia historia y exclamar: “eterna es su misericordia”.

Y es eso lo que El Papa Francisco nos ha querido enseñar: que si bien la Misericordia no es el único rasgo de Dios, sí es el rasgo capital. Todas las demás cualidades de Dios están al servicio de la Misericordia. Si Dios es eterno es para tener Misericordia eternamente, de “generación en generación”. Si Dios es omnipotente, lo es para poner su omnipotencia al servicio de su misericordia. Si Dios es sabiduría, estas tiene por objetivo principal dirigir y orientar la misericordia de Dios. Quien no percibe y siente la misericordia de Dios no sabe nada de él y tampoco comprenderá a quienes nos la quieren mostrar.

2. Para la inclusión Social

El argumento de la inclusión es recurrente en el Papa Francisco, no es un concepto que él ha mencionado aisladamente. Durante la misa ofrecida en el Parque Bicentenario de Quito, Ecuador, el Sumo Pontífice llamó a reconocer al otro y ayudarnos mutuamente a llevar las cargas y resaltó la necesidad de luchar por la inclusión a todos los niveles, evitando el egoísmo e incentivando la comunicación.

El Papa en Quito dijo que los seres humanos no pueden tener unidad si “tenemos una búsqueda estéril de poder, prestigio, placer o seguridad económica, a costilla de los más pobres, de los más excluidos, de los más indefensos, quienes no pierden su dignidad pese a que se la golpean todos los días... Dios es el padre de todos: somos hermanos, nadie es excluido, no se fundamenta en tener los mismo gustos, somos hermanos porque por amor Dios nos ha destinado a ser sus hijos”. Por eso la noción bipolar de exclusión-inclusión, más allá de su contenido lógico, tiene una consistencia antropológica y una irradiación o derivación social.

El 8 de julio de 2015, en La Paz, Bolivia, dijo que “Bolivia está dando pasos importantes para incluir a amplios sectores en la vida económica, social y política del país”, tras ser recibido por el presidente Evo Morales en el aeropuerto internacional El Alto, que sirve a la ciudad de La Paz. Según el pontífice, “el progreso integral de un pueblo” debiera transcurrir “sin excluir ni rechazar a nadie”. El acto de rechazar a alguien, estigmatizarlo, limitarlo en el acceso a la libertad plena y condicionarlo a no tener igualdad de oportunidades para desplegarse como ser humano, es exclusión.

En el Discurso del Santo Padre en el Palacio Nacional de la Ciudad de México, el 13 de febrero del presente año (2016), dijo a los dirigentes de la vida social, cultural y política de México que a ellos “... les corresponde de modo especial trabajar para ofrecer a todos los ciudadanos la oportunidad de ser dignos actores de su propio destino, en su familia y en todos los círculos en los que se desarrolla la sociabilidad humana, ayudándoles a un acceso efectivo a los bienes materiales y espirituales indispensables: vivienda adecuada, trabajo digno, alimento, justicia real, seguridad efectiva, un ambiente sano y de paz”. Es claro que esta idea es fuente que inspira su magisterio, porque son “todos los ciudadanos” los que deben tener la oportunidad de ser “dignos actores de su propio destino”, si esto es posible entonces la inclusión social se convierte en el derecho inherente a todo individuo, a toda población y a toda sociedad humana.

Para el Papa, la falta de inclusión se puede dar también en el acceso a la educación de calidad, por eso cuando el Papa Francisco era el Arzobispo de Buenos Aires dijo: “¿No ha sido una práctica antiquísima de la Iglesia llevar la educación a los más olvidados?” (Jorge Bergoglio, abril, 2013). Y así, invita a los educadores cristianos a trabajar por la inclusión, a favorecerla en la escuela. Su inspiración llega más allá, llega a las obras, por eso es que con el apoyo de la Academia Pontificia de las Ciencias Sociales co-inició el proyecto de las Scholas Occurrentes. ¡La educación es tan importante! Es que a través de la Educación se pueden propiciar caminos hacia la inclusión que hagan posible una cultura del encuentro y de paz. La inclusión no es sólo facilitadora de la tolerancia. La tolerancia es solo un peldaño inferior que es necesario escalar; hay que subir al nivel de una convivencia real respetuosa y constructiva y de ahí elevarse a la cumbre de la concordia y la Paz estables. Sin inclusión no es posible hablar de paz, porque “sin igualdad de oportunidades, las diversas formas de agresión y de guerra encontrarán un caldo de cultivo que tarde o temprano provocará su explosión” (EG, 59).

En el capítulo final de la Laudato Si’, el Papa Francisco toca frontalmente el núcleo de la conversión ecológica, porque la raíz de la crisis cultural es profunda y no es fácil rediseñar hábitos y comportamientos. La educación y la formación siguen siendo desafíos básicos: «todo cambio necesita motivaciones y un camino educativo» (LS, 15). Y para lograrlo, deben involucrarse los ambientes educativos, ante todo «la escuela, la familia, los medios de comunicación, la catequesis» (LS, 213).

En su momento, el Cardenal Bergoglio – englobando las categorías pueblo y solidaridad – en su respuesta a la responsabilidad social propone a la escuela como el principal mecanismo de inclusión ya que “la escuela es el lugar donde los jóvenes pueden elaborar un proyecto de vida, si bien la escuela puede no lograr evitar todos los problemas de la exclusión, la misma parece constituir la última frontera en que el Estado, las familias y los adultos se hacen cargo de los jóvenes, en el que funcionan, a veces a duras penas, valores y normas vinculados a la humanidad y la ciudadanía y en el que el futuro todavía no ha muerto” (16 de octubre de 2010). Y en continuidad con ese pensamiento, en la Encíclica Laudato Si’ vuelve a decir que “La educación será ineficaz y sus esfuerzos serán estériles si no procura también difundir un nuevo paradigma” (LS, 215).

La inclusión es en el pensamiento de Su Santidad, una preciosa oportunidad para compartir con el excluido; es abrir espacio para su participación, y remover barreras y condicionamientos para que la persona, vista como “diferente” o a quien se le han desconocido sus derechos plenos como individuo digno y libre, pueda convertirse en un ciudadano activo y corresponsable de la suerte de la sociedad. Y aunque la sociedad tecnocrática, burocrática y crematística de hoy, bajo el imperio del dinero y el mercado, clasifica y desclasifica a las personas en base a los rendimientos y ganancias, la producción y el capital, sin embargo es necesario un regreso antropológico a la persona humana, fundamento de toda acción humana, también de la economía. Pues el Papa Francisco dice, sin circunloquios ni eufemismos, que es el poder económico de la tecnología que niega la inclusión de todos (LS, 109).

Con mucha autoridad Su Santidad dice que en el campo de la economía, “Una vez más, conviene evitar una concepción mágica del mercado, que tiende a pensar que los problemas se resuelven sólo con el crecimiento de los beneficios de las empresas o de los individuos. (LS, 190) y que más bien, “Tenemos que convencernos de que desacelerar un determinado ritmo de producción y de consumo puede dar lugar a otro modo de progreso y desarrollo” (LS, 191).

Es normal y corriente, casi admitido como un hecho incuestionable, que la riqueza excluye de la comunidad internacional a muchos países y a pueblos enteros, pero el camino que nos hace ver Jesús y que nos enseña Jesús es otro, es lo contrario: es incluir.

El Santo Padre agrega que “no es fácil incluir a la gente porque hay resistencia, está esa actitud selectiva. Por esta razón, Jesús relata dos parábolas: la de la oveja perdida y la de la mujer que pierde una moneda. Tanto el pastor como la mujer hacen todo lo posible para encontrar lo que han perdido. Y cuando lo encuentran están llenos de alegría” (11.05.2015, en Santa Marta). Entonces, “recuperar” al hombre, redescubrir al hermano, atraer al prójimo alejado, es una tarea que inspira la Misericordia y que se traduce en inclusión.

El tema globalizado de la dialéctica inclusión-exclusión, no sólo es a gran escala. El Santo Padre nos hace aterrizar en lo concreto de la vida cotidiana, dentro de la misma realidad eclesial, quizás clerical, que conocemos, en nuestros pequeños mundos también, cuando dijo que algunos cristianos desprecian y excluyen al prójimo formando un “grupito”. “Dios nos ha incluido a todos en la salvación” y “si yo excluyo estaré un día delante del tribunal de Dios y deberé rendir cuentas de mí mismo” (Homilía en Santa Marta, 05 Nov. 15). Esto hace mucho daño, contradice el movimiento de la caridad que debe inspirar la acción y la vida del creyente y de la comunidad de fe, pues contrario a toda forma de segregación, exclusión y acepción de personas, Cristo, “con su sacrificio en el Calvario” une e incluye “a todos los hombres en la salvación” (Ibidem).

Con cuánta fuerza el Papa nos dice que “La actitud de los escribas, de los fariseos es la misma: excluyen. ‘Nosotros somos los perfectos, seguimos la ley. ‘Estos son pecadores, son publicanos’. La actitud de Jesús es incluir”. Este criterio de fraternidad, horizontalidad, “projimidad” (neologismo netamente de Francisco), nos enfrentan decisivamente ante la opción o el rechazo del ser humano, pues – dice el Papa – que “Existen dos caminos en la vida: el camino de la exclusión de las personas de nuestra comunidad y el camino de la inclusión”.

Por lo tanto es imprescindible para la responsabilidad social trabajar por la inclusión, para crear a una mentalidad y una práctica verdaderamente incluyente y universal y a una sociedad que brinde posibilidades no a algunos, sino a todos los que estén a nuestro alcance, a través de los diversos medios que tengamos, pues la exclusión, es una de las forma más crueles que se practican en contra de la vida, la “economía de la exclusión y la inequidad” es intolerable “el juego de la competitividad y de la ley del más fuerte, donde el poderoso se come al más débil”, deja grandes masas de la población excluidas y marginadas: sin trabajo, sin horizontes, sin salida” (Cfr. EG, 53).

3.   La Laudato Si’

El Papa Francisco en su carta Encíclica Laudato Si’, Sobre el Cuidado de la casa común, de la creación, contiene un auténtico tesoro de ideas y soluciones para nuestro mundo actual, en profunda crisis. El texto de la Encíclica, como dice el pontífice, es para todos, creyentes y no creyentes; si bien contiene mensajes muy claros para el mundo cristiano y, especialmente, para los católicos. Hoy me detendré en un concepto que utiliza el Papa Francisco: la ecología integral. En la Encíclica resulta esencial la idea de que todo está íntimamente relacionado y los problemas actuales requieren una mirada que tenga en cuenta todos los factores de la crisis mundial. Pues “una ecología integral implica dedicar algo de tiempo para recuperar la serena armonía con la creación, para reflexionar acerca de nuestro estilo de vida y nuestros ideales, para contemplar al Creador, que vive entre nosotros y en lo que nos rodea, cuya presencia no debe ser fabricada sino descubierta, desvelada” (LS, 205).

Al hablar de ecología integral, la Laudato Si’, conjuga los términos ambientales, económicos, sociales, culturales y de la vida cotidiana, incluso haciendo referencia al bien común y a la relación entre generaciones diversas.

El hecho de “cultivar y custodiar la creación” – dice el Papa –, ha sido una indicación de Dios, “dada no solo al principio de la historia, sino a cada uno de nosotros; es parte de su proyecto”. Por lo tanto es tarea de todos hacer crecer el mundo con responsabilidad, “transformarlo para que sea un jardín, un lugar habitable para todos”.

Tomando en cuenta las enseñanzas del Papa emérito Benedicto XVI, quien recordaba que “la tarea confiada por Dios Creador a nosotros requiere captar el ritmo y la lógica de la creación”, advirtió que a menudo el hombre se deja llevar “por la soberbia de la dominación, de las posesiones, del manipular, de aprovecharnos (y) no la ‘custodiamos’, no la respetamos, no la consideramos como un don gratuito al cual cuidar”.

Dice el Papa Francisco que este “cultivar y custodiar” no solo tiene relación entre la personas y el medio ambiente, sino tiene que ver también con las relaciones humanas, pues la persona humana que “está en peligro”. La exclusión es una manifestación externa de la crisis ética, cultural y espiritual de la modernidad, y superarla solo es posible a través de una “valiente revolución cultural”. Y la crisis del hábitat global de nuestro planeta es «una consecuencia dramática» de la actividad descontrolada del ser humano [y] corre el riesgo de destruirla y de ser a su vez víctima de esta degradación. (LS, 4)

El Papa Francisco insta a todos – personas, familias, comunidades locales, naciones enteras y a la comunidad internacional – a una «conversión ecológica», de acuerdo con la expresión de san Juan Pablo II, es decir, a «cambiar de dirección» asumiendo la belleza y la responsabilidad de la tarea del «cuidado de nuestra casa común», confiesa la esperanza en la posibilidad de revertir la tendencia: «pues la humanidad aún posee la capacidad de colaborar para construir nuestra casa común» (LS, 13). «Los hombres y las mujeres todavía son capaces de intervenir positivamente» (LS, 58). «No todo está perdido, porque los seres humanos, capaces de degradarse hasta el extremo, también pueden sobreponerse, volver a optar por el bien y regenerarse» (LS, 205).

No es creíble ni coherente un sentimiento de simpatía y comunión con los demás seres de la naturaleza si al mismo tiempo en el corazón no hay ternura, compasión y preocupación por los seres humanos» (LS, 91). Es necesaria la conciencia de una comunión universal: «creados por el mismo Padre, todos los seres del universo estamos unidos por lazos invisibles y conformamos una especie de familia universal, […] que nos mueve a un respeto sagrado, cariñoso y humilde» (LS, 89). Y si entendemos que “todos” significa no excluir a nadie y supone más bien incluir absolutamente a quienes son parte de la familia humana, entonces la “inclusión” no es algo opcional sino un compromiso que implica una tarea éticamente vinculante porque es permanente.

El Papa Francisco nos habla de ecología cultural, ambiental, económica y social. Además presenta como un tema de absoluta necesidad la “ecología de la vida cotidiana”. De esta forma impregnando la vida de ecología, también podemos alcanzar la trascendencia, a través de la ecología espiritual y de ella pasar a un compromiso de vida, sanando la raíz humana de la crisis ecológica, que tiene tanto de excluyente porque es injusta.

Queridos miembros de esta venerable Academia: el compromiso que nace de la misericordia se proyecta incondicionalmente al prójimo, quien en paridad de oportunidades nunca debe quedar excluido de la mesa abundante de los frutos de la tierra y requiere de nosotros asumir los postulados fundamentales de la Laudato Si’ hasta la consecuencia última, aquella que toca nuestra conciencia y nuestro modo de vivir y nos compromete hasta la radicalidad de una auténtica conversión del corazón, a la que el Santo Padre llama “conversión ecológica” y que supone un amor que “...lleno de pequeños gestos de cuidado mutuo, es también civil y político, y se manifiesta en todas las acciones que procuran construir un mundo mejor. El amor a la sociedad y el compromiso por el bien común son una forma excelente de la caridad, que no sólo afecta a las relaciones entre los individuos, sino a « las macro-relaciones, como las relaciones sociales, económicas y políticas » (LS, 231). Muchas gracias.

 

Bibliografía

S.S. Francisco, Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium; Bula Papal, Misericordiae Vultus; Exhortación Apostólica Post-Sinodal, Laudato Si’.

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Bergoglio J. Hacia una cultura del encuentro: La política, mediadora del bien común. Democracia – Desarrollo – Justicia Social. Recuperado en Internet el 18 de agosto de 2013

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