Declaración del workshop sobre "Ética en acción para el desarrollo sostenible e integral: Migración"

2017
Statement
6 de junio
Eng

Declaración del workshop sobre "Ética en acción para el desarrollo sostenible e integral: Migración"

Grupo de Trabajo sobre Ética en Acción

Declaración del workshop sobre "Ética en acción para el desarrollo sostenible e integral: Migración"
Photo: Lorenzo Rumori

La siguiente declaración fue emitida por el grupo de trabajo sobre Ética en acción tras los debates mantenidos en la Casina Pío IV, en la Ciudad del Vaticano, los días 25 y 26 de mayo de 2017.

La migración es una condición común a la totalidad de los seres humanos. Todos hemos sido forasteros en una tierra extraña. La humanidad, así como la conocemos hoy en día, es el resultado de migraciones iniciadas ya sea por nosotros mismos o por nuestros antepasados. Migrar es a veces una elección y a menudo una necesidad, pero siempre es un derecho inalienable.

Las personas que se encuentran desamparadas merecen recibir ayuda. Extender una mano a quien lo necesita es un mandamiento y una bendición que atraviesa todas las religiones. Por eso, tal como nos lo recuerda el Papa Francisco, nuestras obligaciones para con los migrantes se articulan en torno a cuatro verbos: “acoger”, “proteger”, “promover” e “integrar”.

La mayoría de las personas aspiran a vivir y progresar en la tierra donde nacieron. Es natural que así sea. Sin embargo, para lograrlo necesitan tener garantizadas ciertas condiciones básicas, tales como seguridad, alimento, oportunidades económicas, ausencia de problemas ambientales y perspectivas de futuro para sus hijos. Las migraciones forzadas se producen cuando, afectados por las guerras, la pobreza, la degradación ambiental y el cambio climático, los seres humanos se ven obligados a abandonar sus hogares. Ese cúmulo de factores hace que el planeta se encuentre hoy frente a la peor crisis humanitaria desde la Segunda Guerra Mundial. Y no solo eso, sino que con cada vez más frecuencia el rostro del migrante es un rostro joven: por primera vez en la historia, la mitad de los refugiados en el mundo son niños y jóvenes; además, uno de cada 200 niños es un refugiado. La prevención de los desplazamientos forzados de la población ha pasado a ser uno de los mayores desafíos éticos contemporáneos.

Todas las grandes tradiciones religiosas hacen hincapié en la dignidad de la persona, así como en la unidad y el destino común de toda la raza humana en esta, nuestra casa común. En consecuencia, cada religión llama a los individuos y las comunidades a dar acogida, asistencia y protección a los refugiados, los migrantes y los desplazados del planeta. Los diferentes credos sientan así las bases para construir un mundo donde los migrantes puedan encontrar respeto, solidaridad y seguridad.

La búsqueda de la paz, la prosperidad y la sostenibilidad se alza como la solución de fondo al problema de las migraciones forzadas. El Papa Pablo VI afirmó que “el desarrollo es el nuevo nombre de la paz”. Adherimos a ese sabio concepto, aunque hoy en día es necesario reformularlo y decir que “el desarrollo sostenible es el nuevo nombre de la paz”. En nuestros debates, hemos identificado los frecuentes desastres ecológicos provocados por la actividad humana como una nueva y creciente amenaza de nuestra época, y también como un detonante de las migraciones masivas. Hemos afirmado la obligación moral de acoger a los refugiados, y la necesidad de que esa obligación se extienda, en particular, a los países responsables de causar las guerras y las catástrofes ambientales que obligan a las personas a desplazarse. Hemos reconocido que los niños, más que nadie, requieren de un hogar, un refugio seguro, una educación digna, y una atención adecuada ante cualquier problema de salud física y mental. También hemos planteado la necesidad de prevenir la aparición de “refugiados tecnológicos”, dados los efectos que la tecnología podría tener en el empleo y el trabajo en un futuro cercano.

En términos generales, hemos bregado por un enfoque basado en lograr el desarrollo humano sostenible e integral, es decir, la plena realización de cada uno y todos los individuos, permitiéndoles ser agentes activos de su propio desarrollo. Dicho enfoque abarca tanto la total integración de los migrantes a la vida económica, social, política y cultural de una nación como la decisión de un retorno rápido y seguro a su país de origen si las circunstancias así lo permitieran.

Ética en acción se compromete a lo siguiente:

Primero, forjar una alianza con la Red de Soluciones para un Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas, los académicos de la Pontificia Academia de las Ciencias y otros expertos para proporcionar evidencia científica sobre el origen de las migraciones forzadas que hoy en día tienen lugar en el marco de las guerras, la pobreza extrema, la exclusión social, el cambio climático y la degradación ambiental. Nos comprometemos a guiarnos por las mejores prácticas en materia de salud mental y atención del trauma, protección jurídica, educación y bienestar social de los solicitantes de asilo, los refugiados y los migrantes en situación irregular en diversos destinos.

Segundo, hacer un llamamiento a todos los interlocutores —las comunidades religiosas, la sociedad civil, las empresas y los gobiernos— para adoptar medidas concretas que permitan poner fin a las guerras, acabar con el comercio de armas, superar la pobreza y detener el cambio climático y la degradación ambiental provocada por la actividad humana, tal como se pide en Laudato si’, la Encíclica del Santo y Gran Concilio de la Iglesia Ortodoxa, los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) y el Acuerdo de París sobre el cambio climático.

Tercero, impulsar una respuesta política a la problemática de los migrantes que esté orientada en torno a tres niveles de responsabilidad:

·      El principio primordial de que “en la necesidad todas las cosas son comunes”, porque “todos los seres humanos son mis hermanos”. Estas cuestiones están vinculadas con la existencia o subsistencia, y condicionan otros temas (tales como alimento, vivienda, seguridad, etc.).[1]

·      Como parte de los derechos fundamentales de las personas, las garantías jurídicas de los derechos primarios que promueven una “participación orgánica” en la vida económica y social de una nación. El acceso a esos bienes económicos y sociales, incluidos la educación y el empleo, permiten a los individuos el pleno desarrollo de sus capacidades.

·      Un mayor sentido de integración, que refleje responsabilidades vinculadas con la protección, el análisis y el desarrollo de los valores que sostienen una unidad estable y profunda de la sociedad y, más importante aún, que crean un horizonte de orden público, entendido como la “tranquilidad del orden” de San Agustín.

Particularmente en este último contexto, las políticas migratorias deberían estar guiadas por la prudencia, una prudencia que jamás podrá significar exclusión. Por el contrario, los gobiernos deberían evaluar, “con sabiduría y altura de miras, hasta qué punto su país es capaz, sin provocar daños al bien común de sus ciudadanos, de proporcionar a los inmigrantes una vida digna, especialmente a quienes tienen verdadera necesidad de protección”.[2]

Cuarto, trabajar conjuntamente con las Naciones Unidas para apoyar las negociaciones intergubernamentales que derivarán en la adopción de un nuevo Pacto Mundial de las Naciones Unidas sobre migración, en el que se abordará la temática de los movimientos multitudinarios de refugiados y migrantes. La política migratoria internacional debería estar articulada en torno a una responsabilidad compartida entre los países de origen, tránsito y destino. Esto implica la creación de mecanismos de distribución de los refugiados basados en acuerdos internacionales (idealmente, suscritos en el marco de las Naciones Unidas), así como una compensación por parte de los países más ricos para con aquellos que son el primer punto de entrada de los refugiados y que soportan la mayor carga en el manejo de la crisis.

Quinto, fomentar y promover la creación de corredores humanitarios para los solicitantes de asilo y los refugiados en situación de mayor vulnerabilidad, sobre todo en aquellas naciones que cuentan con el espacio físico necesario. En tal sentido, el programa creado por el gobernador de la provincia de San Luis, en Argentina, es un ejemplo positivo.

Sexto, ayudar a los líderes religiosos de las principales confesiones de fe a proclamar la importancia de que todas las religiones extiendan su generosa solidaridad a los migrantes y los refugiados, incluso emprendiendo acciones conjuntas. Por ejemplo, la campaña “Faith over Fear” (La fe por sobre el miedo), lanzada por Religiones por la Paz y UNICEF, apunta a movilizar a las comunidades religiosas para que ofrezcan acogida y apoyo a los refugiados. La iniciativa “Alianza de civilizaciones” también está abocada a dar prioridad a ese tema.

Séptimo, apoyar al Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, recientemente instituido por la Santa Sede, en su misión de colaborar con la Iglesia para acompañar a los refugiados y a los migrantes, así como con las instituciones eclesiásticas para protegerlos y asistirlos en sus problemas cotidianos (véase el Anexo).

Octavo, involucrar a los principales interlocutores —Naciones Unidas, líderes en temas de desarrollo, empresas, individuos de gran patrimonio y comunidades religiosas— para que logren movilizar y orientar nuevos recursos financieros por un valor de miles de millones de dólares con el fin de alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible, entre los que se incluyen la protección de los migrantes y la erradicación de la trata de personas y la esclavitud moderna.

Noveno, promover la educación moral —entre niños y adultos por igual— para inculcar normas, virtudes y valores, tales como la empatía, la compasión, la solidaridad, y el cuidado de nuestra casa común y de los hermanos y hermanas que habitan en ella, lo que instaura obligaciones para con los migrantes y los refugiados.

Décimo, alentar a las empresas para que ofrezcan un trabajo decente y oportunidades de empleo a los recién llegados, de manera que estos puedan ser el sustento de sus familias en condiciones de dignidad y seguridad, además de contribuir con las comunidades que los acojan. Esto incluye la búsqueda de soluciones creativas y efectivas, poniendo los adelantos tecnológicos al servicio del bien común.

Undécimo, instar a los gobiernos para que aumenten el presupuesto destinado a la consecución de la paz y el desarrollo sostenible, reduciendo en consecuencia los fondos invertidos en armamento y gastos militares. La mejor respuesta para la crisis migratoria no es sembrar el germen de las guerras sino cultivar la solidaridad con las personas y el cuidado del planeta.

 

NOTAS

[1] El Papa Francisco abordó estas cuestiones durante su visita a Lampedusa en 2013 (http://w2.vatican.va/content/francesco/es/homilies/2013/documents/papa-francesco_20130708_omelia-lampedusa.html) y también en la Declaración Conjunta con Bartolomé, Patriarca Ecuménico de Constantinopla, e Ieronymos, Arzobispo de Atenas y de toda Grecia suscrita en Lesbos en 2016.

[2] Discurso del Papa Francisco al Cuerpo Diplomático, pronunciado el 9 de enero de 2017.