Descolonizar (reinventar) el Derecho

Guido Leonardo Croxatto | Argentina

Descolonizar (reinventar) el Derecho

¡Me veo al fin! y tengo desolación, y el dolor
interior abre en mí todo como un ojo líquido.
¡Oh Dios mío, no quiero ya nada, y te devuelvo
todo, y ya nada tiene precio para mí,
Y ya no veo más que mi miseria, y mi nada, y mi
privación, y esto al menos es mío!
¡Ahora brotan
Las fuentes profundas, brota mi alma salada, estalla
en un grito la bolsa profunda de la pureza seminal!
¡Ahora me soy perfectamente claro, todo
Amargamente claro, y ya no hay nada en mí
Sino una perfecta privación sólo de ti!
----- Paul Claudel[1]

¡No huyas de mí, doctor, acércate! Mírame bien, reconóceme ¿Hasta cuándo he de esperarte? 

Acércate a mí; levántame hasta la cabina de tu helicóptero. Yo te invitaré el licor de mil savias diferentes; la vida de mil plantas que cultivé en siglos, desde el pie de las nieves hasta los bosques donde tienen sus guaridas los osos salvajes.

Juraré tu fatiga que a veces te nubla como bala de plomo; te recrearé con la luz de las cien flores de quinua, con la imagen de su danza al soplo de los vientos; con el pequeño corazón de la calandria en el que se retrata el mundo; te refrescaré con el agua limpia que canta y que yo arranco de la pared de los abismos que tiemplan con su sombra a nuestras criaturas.

¿Trabajaré siglos de años y meses para que alguien que no me conoce y a quien no conoce me corte la cabeza con una máquina pequeña?

No, hermanito mío. No ayudes a afilar esa máquina contra mí; acércate, deja que te conozca; mira detenidamente mi rostro, mis venas; el viento que va de mi tierra a la tuya es el mismo; el mismo viento respiramos; la tierra en que tus máquinas, tus libros y tus flores cuentas, baja de la mía, mejorada, amansada.

Que afilen cuchillos, que hagan tronar zurriagos; que amasen barro para desfigurar nuestros rostros; que todo eso hagan.

Arguedas, Llamado a algunos doctores

El tono monocorde

Uno de los problemas de la Academia es su tono de voz monocorde, poco crítico, nada cautivante. En la medida en que el tono “académico” es (se vuelve) un tono exageradamente formal, seco, y educado (un discurso muy “correcto” desde las “formas”), dejamos poco a poco de animarnos a la crítica “incomoda” (“desprolija”), cuando no directamente a la crítica a secas. Porque criticar es siempre un desafío y coloca al crítico en una posición anómala frente al grupo “académico”. Cuando respetar las formas empieza a ser (y esto es predominante en la vida académica actual, en la industria académica) más importante que decir algo (la forma importa más que el fondo, publicar papers que no dicen nada, pero suman puntos en alguna lista empieza a ser más importante en la “carrera” académica que ser capaz de decir algo concreto, nuevo, disruptivo, original, ser original puede incluso ser contraproducente en la carrera de “puntos” que deben otorgar los “pares”). Esto ha deformado completamente algunas disciplinas. La filosofía contemporánea es una buena muestra. Ya no tenemos verdaderos “filósofos” ni filósofos del derecho. En su lugar lo que tenemos son repetidores, glosadores posmodernos. Un mundo – una filosofía, una Academia – endógenos. Poco críticos. Ser crítico no “suma”. Al contrario. Puede entorpecer la construcción de una “carrera”. Nos aleja del “grupo”. Y de sus reglas de supervivencia como tal.

No somos dignos

El academicismo es producto de un saber colonial, destinado a ser replicado solo (y a funcionar solo) adentro de un aula. Nunca fuera de ella.[2] El academicismo es producto de la colonización pedagógica. Un saber pensado para favorecer una cultura que no es originaria no puede no terminar siendo un mero saber “académico”. Esta disociación entre la práctica y la teoria hiere de muerte el carácter crítico y transformador del derecho y del conocimiento asociado a él y a su filosofía, hoy muy devaluada. El conocimiento se vuelve una “industria”. Una “carrera” (académica). Pero no una forma de emanciparnos. No la articulación de un dialogo nuestroamericano. Es un dialogo intermediado y condicionado por “formas” y parámetros extraños (en apariencia meramente “formales”) que limitan nuestro horizonte y nuestra interacción.

No deja de resultar sorprendente que la filosofía del derecho argentina, dominada como está por el hiperlogicismo, acorralada como está por el avance imparable del análisis económico del derecho, deje de sostener sus conceptos. Abrumados por el análisis “normológico” (Ciuro, que réplica al día de hoy el trilogismo de Goldchmitt), dejamos de atender a lo social dentro del Derecho, que es visto como un “estorbo” para la “teoría” (pura). Los filósofos del derecho argentino se dedican hoy, en la estela analítica, a destruir conceptos. Pero no cualquier concepto. No destruyen el concepto de empresa, acto, inversión, ganancia, explotación, empleo, deuda. No. Destruyen el concepto de “dignidad humana”, concepto central del Derecho y sus doctrinas. Que la filosofía analítica destruya un concepto tan medular no es –menos para un ex juez laboralista y su equipo de “investigadores” – ningún accidente “teórico”.[3] El derecho laboral – la dignidad de los trabajadores – es percibido por muchos (que critican la “industria del juicio laboral”, no la industria de la especulación financiera, no la industria del juicio millonario al Estado, esas otras industrias judiciales no se mencionan, ni una palabra de los grandes estudios que hacen fortunas litigando contra Estados pobres, como Argentina) que siguen el análisis económico (que solo mide costos de transacción, externalidades negativas) como una “carga”. No como un derecho. La economía le impone poco a poco su lenguaje al derecho. Ve a los trabajadores y sus derechos como una “carga”. Por eso un juez laboralista puede dedicar un libro entero de filosofía analítica a destruir este concepto: la dignidad humana. La tecnificación del derecho (y la tecnificación de la profesión del abogado) no es neutral. Tiene una filosofía (política) que la sostiene. Los abogados ya no hablamos como abogados. Hablamos como economistas. Como contadores. No hablamos más de “justicia” o de equidad. Hablamos de costos de transacción. Hacemos o pretendemos un análisis más “técnico”. Deshumanizado. La frontera donde termina nuestra disciplina (el Derecho) y empiezan otras (como las finanzas) está desdibujada y desdibujándose (acaso haya que volver a trazarla), con consecuencias nada favorables. Una de-construcción del Derecho. Pero no para poner algo mejor en su lugar.

Todo este largo preámbulo crítico para decir dos cosas. Primero, que para mí es un gran honor estar hoy aquí, en la Pontificia Academia Vaticana, junto a mi maestro y mentor, Eugenio Raúl Zaffaroni, y amigos tan valiosos, como Sousa Santos, Raquel Fajardo, Ana María Figueroa, Alberto Filippi, el juez Andrés Gallardo. Referentes todos de una causa común por los derechos de los más necesitados. Por repensar conceptos como “seguridad” siempre en favor de los sectores más castigados de la sociedad.

Segundo: Estoy de acuerdo con la señora jueza Giraldi, que me antecedió en el uso de la palabra, en que hay que recuperar el “orden” en Perú: pero no asesinando personas. Ese no puede ser el precio de ningún orden. Hace dos días Amnistía Internacional (AI) iba a presentar su informe anual de DDHH en Perú. Sin embargo, la casa de la memoria (LUM), donde ese informe iba a ser presentado, fue clausurada sorpresivamente, pocas horas antes, en Miraflores por cuestiones “administrativas” justo ese mismo día, para que Amnistía no presentara su informe en ese lugar, que no es cualquier lugar, ya que allí se honra la memoria de los crímenes atroces del fujimorismo, desapariciones forzadas, esterilizaciones masivas forzadas de mujeres indígenas (AMPAEF). Eso no es democrático. No se puede tapar.

Quisiera que conocieran los aquí presentes, antes de ir a mi presentación, que será breve, el nombre de Rosalino Flores. Estuvo dos meses internado, murió en Lima hace pocas horas, tenía 36 perdigones que le destruyeron el intestino. No podía comer. Le dispararon en Cusco a un metro de distancia, cuando los perdigones se deben disparar a 35 metros. Eso no es orden, estimada jueza Giraldi, y con todo respeto se lo digo: son delitos.[4]

Tampoco me parece casual que el alcalde de Lima, que clausuró la casa de la memoria, y que hace ostentación de autoflagelarse con un cilicio para alejar las ideas “impuras”, tenga la concesión del Machu Picchu (Perú Rail) y le cobra en dólares a los peruanos para que visiten la tierra de sus ancestros. Eso también es colonialismo. Hacer negocios con la historia peruana. Mercantilizar sus raíces, sus ruinas (los alemanes cobran por visitar Wannsee, de ese modo se banaliza de algún modo el horror, presentándolo como un sitio de “turismo” más, hasta hace no tanto en las páginas oficiales de Berlín no se hacía mención alguna al horror, sino que se comenzaba ponderando la belleza bucólica de los “jardines”). El comercio es una fuerza nihilista, como sostiene Alan Badiou, que desacraliza espacios que deben seguir siendo sagrados.[5] Los priva de su sentido, de su historia, de su contenido: de su mensaje.

El auge del análisis económico del Derecho (que nace con un escueto paper de Ronald Coase en Chicago, El problema del costo social,[6] lo social empieza a ser visto como un “costo” y no como un derecho, que sigue luego con Posner[7]) ha reemplazado el lugar que antes ocupaba la filosofía jurídica. Este retroceso o cambio de enfoque tiene consecuencias no siempre advertidas. Los abogados ya no hablamos como abogados: hablamos como economistas. Parecemos cada vez más “contadores”. No hablamos el lenguaje de la “justicia”. Hablamos solo de “costos de transacción”, de “externalidades” positivas, de “transferencias”, del cobro de honorarios, de ganancias. Ya no hay “estudios” jurídicos. (cada vez se estudia menos, la palabra “estudio” pasa de moda). Ahora hay “boutique” legal. No hablamos más de equidad, o de igualdad. La economización (del Derecho) fue cambiando – y vaciando – nuestro lenguaje jurídico. Nos fue deshumanizando. Tecnocratizando. El derecho se está quedando (producto de la mercantilización) sin sus principios. Sin sus ideales. Sin su horizonte. En los programas de estudio de abogacía desaparecen materias que antes eran troncales: derecho romano, derecho político (en la que descolló Carlos Fayt), antropología filosófica, historia del derecho (pienso en Ricardo Levenne), filosofía jurídica, materias todas que antes conformaban el corazón (humanista) de cualquier programa de estudio en Derecho, hoy son materias marginales, “optativas”. Secundarias. De “relleno”. Esto va desfigurando la profesión del abogado, que deja de perseguir la justicia como primera (y central) ambición. Empieza a pensar más “técnicamente”, de otra manera. Con otros parámetros. Analiza “costos” y beneficios. Su rol empieza a cambiar sin que lo notemos. La “justicia” se va quedando sin interlocutores.

Luego de esta salvedad o aclaración, paso a mi ponencia.

A los jóvenes abogados católicos la doctrina franciscana nos ha enseñado un montón de cosas. La primera la dijo el Papa Francisco en Río de Janeiro (y no es casual que lo haya dicho en esa ciudad, la misma ciudad donde nace la teoría de la dependencia en una declaración sobre medio ambiente, cambio climático, en respuesta a una declaración previa de Estocolmo, que no separaba centros de periferias ambientales, como si no hubiera asimetrías industriales que provocan profundas asimetrías ambientales, en desmedro de los países más pobres, con menor infraestructura) dijo el Papa que hay que hacer lio. Que no hay que quedarse callado (hacer “bardo” significa etimológicamente hacer poesía, y la poesía tiene mucho que ver con la justicia social, con una voz que rompe las “formas” y pretende o reclama algo más concreto, más efectivo). Portarse mal. No hagan bardo, nos decía la dictadura en Argentina. Tengan miedo. No alcen la voz. No sean poetas. No causen problemas. Como diría Francisco: no se porten “mal”. La poesía (y la política) vistas como un problema, como un “mal” (o como algo inútil) Porque causan “revuelta”. Porque incomodan. Despiertan. Interpelan. Movilizan. Confrontan al poder, cualquiera sea. Político, económico. Académico. (Búscate un trabajo de verdad…) La poesía cuestiona – y rompe – las formas. Las formas jurídicas. La formalidad vacía que hoy abruma al Derecho. La burocratización.[8]

La jueza suprema Giraldi citaba hace un momento la declaración de Estocolmo. Es importante no desconocer que hubo una respuesta a la misma: la declaración de Río, que introduce, tiempo después, la noción de periferia, misma noción que uso el Papa Francisco cuando fue electo. Y por eso estamos acá en un congreso sobre descolonización en el Vaticano (impensado tiempo atrás, y discutiendo entre todos la noción de “descubrimiento de América”), sobre periferia (a la periferia parece que hay que “descubrirla”; como al “desierto” había que “conquistarlo”[9]). Esta noción y esta declaración surgen en Brasil, con Schwarz y con Cardoso, cultores de la teoría de la dependencia, en un texto llamado “Las ideas fuera de lugar” (las ideas académicas muchas veces son ideas “fuera de lugar”). Esto me lleva a lo que dijo Zaffaroni en su presentación: cómo se puede citar el funcionalismo de Jakobs en Perú? No tenemos pensadores nosotros? Dos están acá: Dussel y Sousa Santos.

Hoy leía a François Chateaubriand, mientras venía en auto para acá, poeta de Francia, conservador, como Paul Claudel, pero que tiene un libro que activamente les recomiendo: El genio del cristianismo. Discute con Voltaire, con la ilustración, con el racionalismo, igual que Oakeshott, y en una parte se refiere a las misiones en Paraguay. Allí dice que nos consideramos muy soberanos del mundo con nuestra tecnología, los hombres modernos, pero que no nos pertenece ni siquiera la hora en que vivimos. Volvamos a la discusión sobre nuestro marco teórico. Monseñor Marcelo Sánchez Sorondo ayer decía en esta sala que “la economía no es todo”: es cierto. Pero hoy el Derecho está dominado por el enfoque economicista. El cristianismo, sin embargo, nos enseña otra cosa: la importancia de la dignidad humana es mayor, siempre, que la eficacia del mercado, que debiera ser no un fin, sino un mero instrumento de la dignidad de las personas. No al revés. La economía y el derecho tal vez no transiten caminos paralelos y acaso tampoco conciliables. Donde el mercado ve un “recurso” el derecho ve una persona. Donde el mercado ve un “costo” que hay que sostener (y molesta!) el derecho vela, o debe velar, por la dignidad, aunque “cueste” muy “caro”. Son ópticas muy diferentes, posiblemente antagónicas. Ahí es donde se cruzan dignidad, humanismo y derecho: en la filosofía de base, que es humanista. El derecho no puede sobrevivir sin ella. El derecho no puede hablar el lenguaje cosificante y vacío de la economía, ni supeditar sus principios jurídicos a ella. El concepto de dignidad es su base y faro. No la eficiencia técnica del libre mercado supuesto. Que no es libre tampoco. Está concentrado.

Conclusión

Pretendo dejar dos ideas o propuestas a mis colegas. 1) Dejar de hablar de sectores vulnerables y pasar a hablar de sectores ya vulnerados. Un cambio que parece menor: cambiar solo tres letras. Propongo cambiar el término vulnerable por el término vulnerado. Ana Inés Latorre lo dijo muy bien ayer: ella habló de los sectores “históricamente vulnerabilizados”. No puso en ellos la responsabilidad de la vulneración que padecen. Por eso enfatizó el carácter histórico –concreto – de esta vulneración. Treacy, en cambio, retomo el discurso hegemónico, dominante, hablando de nuevo de sectores “vulnerables”, retomando el discurso clásico del derecho, mismo discurso que Treacy con razón al comienzo de su ponencia de ayer nos llamó a cuestionar. A no repetir. Es que muchas veces no nos damos cuenta cómo nos condicionan las ideas dominantes. Esta es una. Hablar de sectores o personas “vulnerables” en vez de personas ya “vulneradas” conduce a pensar que la vulnerable es la persona, como si fuera una condición o propiedad (una particularidad, o enfermedad, una “culpa”, una responsabilidad) de ella, y no algo externo, una barrera que traza la sociedad (nosotros, son “nuestros” muertos, dice Neruda) que la vulnera y por lo que es responsable (la sociedad, y no la persona vulnerada). Cambiar este concepto, y ver la vulneración que producimos, puede ayudar a los estados y jueces (a las comunidades) a asumir una responsabilidad que al día de hoy no estamos asumiendo. Muchas veces la pobreza y el hambre se amontonan en las puertas de los tribunales. Pero los jueces parecen no darse por aludidos. Como si eso no fuera un tema o un problema de la “justicia”. Hay que ser más “hacedores” de la justicia. No solo administrarla (en burocracias interminables, muy poco efectivas), sino hacer justicia en serio, tomando los derechos, como decía Ronald Dworkin, con mayor seriedad, y con mayor compromiso. No solo como palabras en un papel que las mayorías latinoamericanas no pueden llevar a la práctica. Ideales utópicos. Porque hay barreras formales e informales en su ejercicio. Hablar de personas “vulnerables” genera la idea de que la misma – la vulnerabilidad – es algo potencial, eventual, hipotético, en determinados casos; en rigor, hablar de una persona ya vulnerada, de un sector ya vulnerado en sus derechos desde un primer momento (gente que nace en la pobreza extrema, que duerme en la calle, que está vulnerada, que no es “vulnerable” potencial, sino que está siendo vulnerada por otros) implica asumir una responsabilidad concreta frente a esa grave vulneración (no a esa “vulnerabilidad” potencial o abstracta) de derechos. No podemos seguir hablando de sectores “vulnerables” como si nacieran así: “vulnerables” (nacen si “vulnerados”, que es muy distinto). Tenemos que construir un lenguaje que no evada nuestra responsabilidad. Que no esquive la mirada del otro, diría Emanuel Levinas. Tenemos que hablar de sectores que ya están “vulnerados”. No es un cambio menor. Implica un cambio de eje. Una ruptura con la vulnerabilidad “hipotética”. Liberal. Individualista, propia de una sociedad que mercantiliza los vínculos sociales.

2) Como dijo ayer bien el juez Andrés Gallardo, el compromiso no es solo ni, ante todo, teórico. Tenemos que desarrollar ideas prácticas, herramientas que sirvan en la realidad concreta (único lugar donde se comprueba la dignidad y eficacia de nuestra tarea de “magistrados”, de abogados, de jueces[10]). Pienso que debemos proponer, por exagerado o anacrónico que parezca, desde África y desde América Latina, desde el sur global, como diría mi amigo Pierre Sane, que fue director diez años de Amnistía Internacional en Londres y hoy dirige la UNESCO, una especie de nuevo tribunal de Núremberg para juzgar los crímenes de la conquista, que todavía no han sido juzgados. Hasta que no lo hagamos, como dijo ayer Grosfoguel, va a haber una impunidad de fondo y de base que impide constituir estados soberanos pacíficos. En Argentina se sigue halando de la conquista del desierto para no reconocer que se mataron cientos de indios, que su tierra no era ningún “desierto”. Tenemos que pensar mejor nuestro lenguaje. Nuestra Historia y nuestro Derecho emplean un lenguaje prohijado por la colonización y su saqueo salvaje. Nuestros conceptos “puros” no son neutrales. Necesitamos recuperar el lenguaje crítico (informal muchas veces, poético incluso, humanista) de la justicia, y abandonar el lenguaje cómodo (formal) de la burocracia, para que el lenguaje del derecho recupere sentido. Recupere un mensaje que hoy no tiene. Pueda volver a decir algo. Hoy no dice nada. Es un lenguaje muerto. Vacío.[11]

El juez chileno Juan Guzmán Tapia, abogado católico él también, que juzgó a Pinochet, proponía reconocer los derechos indígenas en una nueva constitución en Chile. Mismo desafío que tiene hoy el Perú. Reconocer la representatividad indígena, como dijo ayer en esta sala muy bien Raquel Fajardo Irigoyen, abogada que patrocina a comunidades originarias. Gran parte de la crisis peruana se resume en este punto: los indígenas no están representados. No forman parte del Congreso. Nadie los escucha. El centralismo colonial los sigue negando. No hay cuota indígena. La descolonización del derecho implica que las voces que no están siendo escuchadas, que no forman parte del congreso,[12] ni del debate político, empiecen a ser oídas. Descolonizar el derecho es (implica, para no terminar siendo otra consigna vana de elegantes congresos “académicos”) escuchar por fin a aquellos que el colonialismo negó. Y sigue negando.[13] Peor aún: que habla en su nombre, en vez de dejarlos hablar, directamente. Sin tutorías. Sin tutores.

Pienso que ante la falta de “vanguardias” en el Derecho, el retorno al cristianismo y su filosofía de la igualdad (de las Almas, incluyendo la doctrina origenista de la salvación de los demonios) puede representar, en un mundo abrumado por el pensamiento “light”, por la caída de los grandes relatos (Vattimo), por el relativismo posmoderno (Lyotard) anti político, por el “desapego” y la falta de cualquier compromiso (por la idea de que hay que “soltar”, no hay que “apegarse” a nada ni nadie), un soplo de aire fresco. Una oportunidad de retomar un mensaje no indiferente. De ver todo lo positivo que se puede encontrar, en la era de las redes virtuales y de la comunicación sin contenido, en la idea de sacrificio o de iconoclastia. En la idea de responsabilidad.[14] Habermas diría que hay que retomar el discurso filosófico de la modernidad. Quisiera sugerir que podemos, sin dejar de coincidir con él y su defensa del ideario civilizatorio universalista, indagar incluso más profundamente, antes que eso. Antes del racionalismo. Antes de la modernidad. En la fe hay elementos valiosos para el humanismo que necesitamos.

  1. El poema de Paul Claudel remite a una frase de Chateaubriand, en El Genio del cristianismo, donde este poeta y diplomático francés (como Claudel, también conservador), escribe “Necios, no os pertence ni la hora en que vivis”. Ambos tiene un punto en común. Criticaban el afán de posesión moderno (base del afán de lucro y la mercantilización) como un absurdo moral. Como un sinsentido práctico. Paul Claudel escribe los poemas en que se basa la obra de teatro Juana de Arco en la Hoguera.
  2. Merino, R. y Valencia, A. (Coords.) Descolonizar el Derecho. Pueblos indígenas, derechos humanos y Estado plurinacional. Ed. Palestra. Perú. 2018. Introducción. pp. 11-14.
  3. Guibourg, R. y otros. No somos dignos. Ed. Astrea. Buenos Aires. 2022.
  4. La Comisión Interamericana de DDHH (CIDH) acaba de emitir un informe crítico en el que afirma que los asesinatos cometidos por la fuerza pública no fueron indiscriminados, sino selectivos, sobre determinadas poblaciones originarias.
  5. Badiou, A. El nihilismo contemporáneo. Amorrortu editores. Madrid. 2022.
  6. Coase, R. “The problem of social cost”, en The Journal of Law and Economics, Vol. 3; 1960. pp. 1-44.
  7. Gallardo, R. Qué seguridad jurídica? Defensoría de la Ciudad de Buenos Aires. Buenos Aires. 2003.
  8. Para el formalismo ruso (priem) este era el sentido medular del arte: romper el automatismo que nos deshumaniza y nos impide ver (en la medida en que anula nuestra conciencia) lo que nosotros mismos hacemos.
  9. Viñas, D. Indios, Ejército y Frontera. México, Siglo XXI Editores, 1982. No puedo dejar de mencionar que David Viñas era calificado como un “rojo” en el doctorado en Derecho de la UBA, en las clases de derecho indiano de Abelardo Levaggi. Este lenguaje sigue vigente en la academia que se dice “objetiva”.
  10. Rorty, R. Consecuencias del pragmatismo. Tecnos. Madrid. 1995. El título revela la preeminencia que tiene para la filosofía del pragmatismo (muchos de cuyos cultores fueron a su vez grandes filósofos del lenguaje) la consecuencia sobre la noción de verdad.
  11. El lenguaje de la eficacia es el lenguaje del mercado. Pero el lenguaje del derecho, que en parte se hizo confrontando contra el lenguaje del “mercado” y no repitiéndolo o copiándolo, como sucede en hoy (pienso en Emanuel Levinas, o en Lyotard, que propone re-denominar a los derechos humanos como los derechos del “otro”) es, valga la redundancia, otro: es el lenguaje de la dignidad. Y eso tiene mucho que ver con el cristianismo y la igualdad de las almas antes Dios, que hace de la dignidad, en los albores de la modernidad misma, pero antes del racionalismo, una noción abstracta. Se lo debemos, en parte, al cristianismo más que a la “razón” y al “progreso” humanista. No es casual que Milton Friedman le dedique, en su trabajo en coautoría con su mujer dedicado a la idea de libertad, enfáticas críticas a la filosofía cristiana, por encontrar en ella, en este punto, el germen de la idea de igualdad (de derechos, no de “oportunidades”, sino la misma “dignidad” abstracta entre las personas). El lenguaje jurídico se autonomiza cuando su filosofía confronta contra la cosificación económica. Por eso es una contradicción subsumir el derecho a la economía, vaciando al primero de todos sus parámetros. El Derecho tiene que volver a tomar distancia de la Economía, que hoy lo absorbe y casi lo trata como una rama de su disciplina.
  12. Cuando se dice que los congresos de América Latina funcionan como (y son) “escribanías”, se está poniendo el acento en que ya no existen en ellos debates reales, intercambios de posiciones: son meros “trámites”, procesos burocráticos (cuando no negocios) y estériles (formalidades) sin discusiones de fondo. Sin valor. Formalismo jurídico. Todos los legisladores “levantan la mano”. Esto termina vaciando de sentido a las instituciones políticas, afectando el suelo mismo de la democracia: la idea misma de representación.
  13. Bovero, M. “La intransigencia en la época de los Derechos”. En Isonomía. Revista de Teoría y Filosofía del Derecho, N. 13, octubre 2000. pp. 139-157. Nuestro derecho (Norberto Bobbio, colega y amigo de Michelangelo Bovero, solía hablar de nuestra época como la época de los derechos) y nuestros referentes políticos se han acostumbrado a “negociar” demasiado, a “transigir” con todo. Tal vez haga falta alejar al derecho de este ámbito excesivo de “negociación” (económica) donde todo – hasta la dignidad – parece de repente (como le critica bien Jürgen Habermas a Alexy y a su teoría de la ponderación de principios) poder tener un “precio”. No todo tiene precio. La pregunta de Habermas sigue en pie: si la dignidad es un valor que se pueda “ponderar”, como cree Alexy. Desde una óptica kantiana, anti consecuencialista, no utilitaria, no habría ponderación posible. El auge del pensamiento de Alexy (y su recepción) se da en un contexto muy preciso: es funcional al avance “analítico” del análisis económico del Derecho. El logicismo “puro” y el economicismo (analítico) son compatibles. Son consecuencialistas. Y nada disruptivos. Pero entregan en el altar de la eficacia de mercado “libre” ideas tan medulares como la dignidad misma.
  14. No se equivoca el iusfilósofo John Finnis cuando propone hacer más eje en la idea de “deber” que en la idea de derechos. El “deber” puede reconducir al – el – Derecho. Tanto hablar de derechos hemos ido vaciando a esta idea de cualquier contenido práctico. De su correlato indispensable. (El Deber – el Sacrificio – es la raíz del Derecho, como construcción colectiva, como institución, y como concepto, sin él el concepto de derecho se banaliza, y por eso se puede “economizar”: porque antes perdió su contenido filosófico e histórico, presentando como algo “neutral” algo que obedece a extensos conflictos políticos y sociales, no a ninguna neutralidad “lógica” formal). El error previo al avance de la economía (Law and Economics) fue deshumanizar – deshistorizar y despolitizar – un concepto humanista, político e histórico preciso, como es el Derecho. Por eso desaparecen de los programas de estudio materias que antes eran troncales, como Derecho Político (como si el derecho moderno no tuviera que tener nada que ver con la “política”, se esconde su origen, o Historia del Derecho, la materia Derecho Político, que antes era central, ha desaparecido de los programas, que la reemplazan por nociones más neutrales, más técnicas, como Teoría General del Derecho, o teoría del Estado, siempre con un enfoque eurocéntrico. Vaciar al Derecho de su historia política es privar al derecho de su origen y de sus doctrinas, este empobrecimiento teórico es el primer paso, la economización “analítica”, el segundo). Tal vez haya que “re-teologizar” lo que ya fue des-sacralizado. Es una manera de recuperar algún contenido (histórico, filosófico, ético, político: humanista, doctrinario). Véase al respecto: Ann Glendon, M. “El lenguaje de los derechos”. En Estudios Públicos. N. 70. Marzo 1998. Para que los conceptos del derecho vuelvan a significar algo.