Emilce Cuda

S.E. Cardenal Turkson, S.E. Mons. Sánchez Sorondo, honorables miembros de la Pontificia Academia de Ciencias Sociales, distinguido público presente:

Muy agradecida por esta nómina que recibo en el décimo año del pontificado de Francisco, como creyente ruego al Espíritu Santo para que me ilumine al momento de discernir, junto a Ustedes – hermanas y hermanos, estimados colegas –, el mejor camino para atender los desafíos históricos que, a estas alturas del desarrollo científico tecnológico de la humanidad, se presentan bajo la forma amenazante e impersonal de crisis ecológica socioambiental.

Como mujer, teóloga y profesora investigadora latinoamericana especializada en moral social, postulo como mi punto de partida el saber cultural popular articulado con el conocimiento científico académico. Ambos, patrimonio acumulado colaborativamente por todos los pueblos de la tierra a lo largo de generaciones, son portadores inestimables de la esperanza como virtud dinámica para “convertir la pasión en acción comunitaria” – como dijo Francisco en su II Discurso a los Movimientos Populares.

De acuerdo con los principios del magisterio pontificio, estoy convencida de que la lucha por la justicia social “es parte constitutiva de la prédica cristiana” – tal y como me lo enseñó el filósofo y teólogo argentino Juan Carlos Scannone. De acuerdo con eso, me comprometo ante ustedes a trabajar fraternalmente por la conversión cultural – reforma real de la Iglesia de Cristo según el Documento de Aparecida de la Conferencia Episcopal Latinoamericana. La verdadera cultura de la misericordia es aquella que predica el evangelio orando y laborando; es la que toca la carne sufriente; es la que encuentra en el diálogo social el camino para garantizar la mejor política como forma más alta de caridad. Esa política, “un estilo de vida con sabor a evangelio” (FT 1), está donde se tome la decisión comunitaria de unirse en la diferencia para salvarse, allende de todo interés individual y sectario. Unidad a la que nos convoca el Santo Padre, en concordancia con el Evangelio y en continuidad con el pensamiento social de la Iglesia, como lo absolutamente otro de cualquier forma jurídica totalitaria – ya sea esta económica, política, científica o religiosa.

Convencida de que el trabajo interdisciplinario, interreligioso, intergeneracional e internacional es la misión que se nos encomienda para la construcción de un mundo que garantice a todos los pueblos una vida digna, opto preferencialmente por los que más sufren a causa de la injusticia social. Para lograrlo, me pongo humildemente al servicio: del Obispo de Roma; de la Curia Romana; de los obispos de las Iglesia particulares; de las universidades católicas y seculares; los organismos internacionales; y las comunidades organizadas en todos los pueblos. Aspiro a conseguir que de las necesidades vitales se conviertan en derechos civiles y sociales; y que los sueños culturales, económicos, ecológicos y eclesiales, se conviertan en una realidad efectiva.

En lo personal, evidencio en la migración forzada de personas – por causa del desempleo estructural –, una de las mayores tragedias del siglo XXI. Ante eso, de acuerdo con el magisterio social del actual pontífice, y con la Agenda 2030 de la ONU, considero que “el gran tema es el trabajo” (FT), primer organizador social, sin lo cual toda referencia a la justicia, la paz y el diálogo, podrá ser verosímil pero quedará necesariamente en el plano de la inasible y diabólica ideología.